sábado, 20 de diciembre de 2008
Entra en el Marco
viernes, 5 de diciembre de 2008
"Carta a un maltratador"
"Para ti, cabrón: Porque lo eres, porque la has humillado, porque la has menospreciado, porque la has golpeado, abofeteado, escupido, insultado... porque la has maltratado. ¿Por qué la maltratas?
Te lo diré: Se queja porque no vive, porque vive, pero muerta. Haces que se sienta fea, bruta, inferior, torpe... La acobardas, la empujas, le das patadas..., patadas que yo también sufría.
Hasta aquel último día. Eran las once de la mañana y mamá estaba sentada en el sofá, la mirada dispersa, la cara pálida, con ojeras. No había dormido en toda la noche, como otras muchas, por miedo a que llegaras, por pánico a que aparecieses y te apeteciera follarla (hacer el amor dirías) o darle una paliza con la que solías esconder la impotencia de tu borrachera. Ella seguía guapa a pesar de todo y yo me había quedado tranquilo y confortable con mis piernecitas dobladas.
Te acercaste y sudabas, todavía tenías ganas de fiesta. Mamá dijo que no era el momento ni la situación, suplicó que te acostases, estarías cansado. Pero tu realidad era otra. Crees que siempre puedes hacer lo que quieres. La forzaste, le agarraste las muñecas, la empujaste y la empotraste contra la pared. Como siempre, al final ella terminaba cediendo. Yo, a mi manera gritaba, decía: mamá no, no lo permitas. De repente me oyó. ¡Esta vez sí que no!-dijo para adentro-, sujetó tus manos, te propinó un buen codazo y logró escapar. Recuerdo cómo cambió tu cara en ese momento. Sorprendido, confuso, claro, porque ella jamás se había negado a nada.
Me puse contento antes de tiempo.
Porque tú no lo ibas a consentir. Era necesario el castigo para educarla. Cuando una mujer hace algo mal hay que enseñarla. Y lo que funciona mejor es la fuerza: puñetazo por la boca y patada por la barriga una y otra vez...
Y sucedió.
Mamá empezó a sangrar. Con cada golpe, yo tropezaba contra sus paredes. Agarraba su útero con mis manitas tan pequeñas todavía porque quería vivir. Salía la sangre y yo me debilitaba. Me
dolía todo y me dolía también el cuerpo de mamá. Creo que sufrí alguna rotura mientras ella caía desmayada en un charco de sangre.
Por ti nunca llegué a nacer. Nunca pude pronunciar la palabra mamá. Maltrataste a mi madre y me asesinaste a mí.
Y ahora me dirijo a tí. Esta carta es para tí, cabrón: por ella, por la que debió ser mi madre y nunca tuvo un hijo. También por mí que sólo fui un feto a quien negaste el derecho a la vida.
Pero en el fondo, ¿sabes?, algo me alegra. Mamá se fue. Muy triste, pero serenamente, sin violencia, te denunció y dejó que la justicia decidiera tu destino. Y otra cosa: nunca tuve que llevar tu nombre ni llamarte papá. Ni saber que otros hijos felices de padres humanos señalaban al mío porque en el barrio todos sabían que tú eres un maltratador. Y como todos ellos, un hombre débil. Una alimaña. Un cabrón."
martes, 2 de diciembre de 2008
Echar de menos
Echar de menos significa ‘notar la falta de alguien o algo’ o ‘tener sentimiento y pena por la falta de alguien o algo’. Carnicer defiende que, debido al significado general del verbo, la expresión echar de menos no tiene sentido, y en la actualidad echar de menos está en desuso.
Una expresión equivalente a echar de menos es echar en falta. Aunque a veces también podemos ver la expresión echar a faltar, construcción influida por el catalán trobar a faltar.
A veces, no hay dolor más fuerte que el no causado, el no sentido y el no vivido. Entonces, es cuando uno se da cuenta de que lo que hace daño no es el sufrimiento, sino el vacío. El hueco de las conversaciones habladas cuando sin esperarlo te viene a la memoria un recuerdo. El espacio sin rellenar de ese beso que recuerdas perfectamente a qué sabe, a qué huele y qué se siente.
A veces es un hueco de abrazo el que se siente. Notas como un regazo vacío te rodea. Algo que debería estar y ya no está, y que duele. Y duele porque lo echas de menos, porque ya no está, porque ya no lo sientes y porque aunque ya no lo vivas, no se olvida.
Comienzas a pensar y te das cuenta de que eres puro hueco, agujero negro en estado puro. Un laberinto de sentimientos, caricias, dedos, susurros, sueños, vivencias y risas pasan ante ti. Y por cada espacio se derrama un dolor o se te clava una aguja... y duele.
Creo que la única manera de no echar de menos es no queriendo o muriendo. Y vamos a ver..., ¿quién puñetas quiere eso? Por eso decido echarte de menos, a pesar del dolor, porque es mi manera de recordarte, de no dejarte en el olvido, de sentir que me cuidas en la distancia, que me ayudas en los desafíos y saber que aún te quiero, por mucho que pasen los años sigues viva porque te echo de menos.